Diplomacia Pública, independencia e Identidad Nacional

Diplomacia Pública, independencia e Identidad Nacional

La historia de México no puede ocultar su carácter místico, que resalta en el origen de las tradiciones y costumbres. Estas tradiciones son, en muchos casos, consustanciales, trascienden las generaciones y con el paso del tiempo amplían el sentido de multiculturalidad. El significado de la mexicanidad se transforma adaptándose a contextos locales, nacionales y en el exterior, aunque siempre cuentan con elementos particulares que intentan reunir a los nacionales bajo de un manto de identidad y representatividad, reconocida a partir de un denominador común tras la adopción de una serie de actores, rituales, colores, olores, sabores y valores socio emocionales, que no dejan de latir más allá de las fronteras y a menudo con mayor fuerza conforme se incrementa un dejo de nostalgia a partir de la lejanía al territorio.

Buscar conceptualizar el “ser mexicano”, sin duda es tener ánimos de limitar un significado plural, que se encuentra entre los incisos más frecuentes dentro de las conversaciones situadas ya sea frente al malecón de Veracruz, la Bahía de Chetumal, el lago de Cuitzeo o el relieve costero del Mar de Cortez, lo mismo que en la Villita en Chicago, en el Quartier Latín de Montreal, o en una plaza pública en Roma, París o San Petersburgo en la que resuenan notas de alguna melodía mexicana; no es extraño escuchar Mariachis en los barrios de Bogotá, los Panchos en Casa Manila en las Filipinas, o la entonación de rancheras en la fuente de Dizenhof en Tel Aviv.

Inevitable el encuentro del letrero tan colorido de aquel restaurante “mexicano” ubicado en el sitio más lejano, y todas aquellas conexiones que forman puentes inesperados entre México y el mundo, representadas por expresiones humanas de todo tipo, o de la flora y fauna endémica de la región de Mesoamérica y cuya trazabilidad a partir de tomates, cacao, vainilla o chiles no tendría fin.

Qué decir sobre la música y las canciones, fácilmente recordadas y mundialmente conocidas. No hay hora inconveniente para entonar estribillos de José José, Agustín Lara, Jorge Negrete, José Alfredo Jiménez, Juan Gabriel, María Griever, Rigo Tovar, Yuri, Lola Beltrán, Thalía, Alejandro Fernández, Timbiriche, los Tigres del Norte, los Ángeles Azules, Caifanes, Maná, Café Tacuba o el multi traducido e ídem interpretado “Bésame Mucho” de Consuelito Velázquez; tampoco para comenzar a replicar y coordinar pasos tan pronto suenan los acordes de mariachi, huapango, danzón, banda, norteñas, que vuelven a la sobriedad mezclada con nostalgia de jarabe tapatío que la más famosas bailarina de la historia, la rusa Ana Pavlova hiciera famoso en el mundo, o un Huapango de Moncayo o Danzón 2 de Arturo Márquez.

Todo lo anterior, no es sino una degustación de la cosmogonía que representa la cultura mexicana, tan solo una botana de la riqueza cultural de nuestro menú, que por cierto ofrece chocolate, camote, chicle o alegrías, e incluso dulces picantes para acompañar las pláticas cotidianas y los monólogos internos si se trata de cuestionar la teorías sobre el origen o la identidad mexicana, diálogos que recrean de política, historia e historietas, crónicas familiares, recetas ¡si, las personas mexicanas siempre hablamos de comida! y en los elementos incrustados con la misma versatilidad en la narrativa de los artistas mexicanos y extranjeros en sus obras.

 A pesar de ello, pocas veces se encuentra una respuesta que provea de satisfacción entera a los presentes y de acuerdos absolutos en la materia. La historia de México suele ser una enciclopedia de respuestas, un lente bicromático, donde siempre existe un eterno de Quetzalcoatl en cuanto a revisionismo histórico se trata y a través de una cronología reconocer nichos de identidad.

Historias de fundación e identidad

 Un balance —o desbalance— que producto de fusión de culturas y de sangres ha imperado, creando un vínculo en evolución permanente y una razón histórica que viaja 30 siglos de vivencias al pasado, para intentar explicar la construcción de un rompecabezas de identidad, con piezas que si bien logran encajar, a menudo son difíciles de cuadrar por su misma heterogeneidad de naturalezas, lo mismo que de la construcción de ideas, la multiplicidad de climas, topografía, grupos étnicos, lenguas y la mega diversidad de flora y fauna y que nos lleva a ser concebida como un mosaico multicolor, cuya grandeza aún no se termina de dimensionar en una cronología que comienza desde los inicios de la cultura mesoamericana como una de las 7 culturas fundacionales de la civilización mundial y únicamente una de las 2 en que se desarrolló la agricultura se trata.

En palabras de Octavio Paz, el mexicano no es una esencia sino una historia, sin embargo, la esencia puede retratarse en la historia. En los Sentimientos de la Nación, previos a la propia consumación de la independencia de México, escritos con la tinta de Morelos, ya se hablaba del significado de México y de lo que representa ser americano, de las necesidades de una patria propia y de identidad para un pueblo de alma milenaria pero de emancipación naciente.

Sin embargo, entender más de 300 años de instituciones coloniales hacen indispensable vislumbrar la conformación del presente que nace entre historias de vencedores y vencidos, así como de coyunturas improbables, que solo pueden ser visitadas a través de prismas multidimensionales.

Los inicios y las fundaciones a menudo se convierten en la parte más complicada de un proyecto, el día después de celebrarse el acta de independencia no fue distinto. El andamiaje nacional ha sido un largo proceso y con ello la construcción de la magna obra que llamamos “México Lindo y Querido”. Las tres garantías fundadoras intentaron unificar una nación que se sobrepone a las armas y los ejércitos, y descansan en la independencia, religión y unión, que finalmente fueron insuficientes para abarcar todo el territorio del México emancipado y mucho menos a las poblaciones sedientas de justicia tras la imposición de un modelo medieval, que estaba ya caduco en una Europa donde destellaba el Renacimiento.

En los primeros días de esta nueva etapa, el significado de México era aún difuso, la concepción del país se reducía a los retratos de la época, que sólo homenajeaban a minorías, mientras que los apuntes de historia reflejaban la vida diaria en las capitales, pero con pocos registros de las esquinas y los caminos periféricos del Primer Imperio Mexicano, que no duraría muchos para dar a conocer al primer presidente constitucional y el remanente del Siglo de las Luces y las tendencias para la formación de nuevas naciones a través del gorro frigio del republicanismo.

En ese momento, las artes y la observación ocuparon un papel fundamental para explicar México a propios y ajenos, Daniel Thomas Egerton, paisajista que pasó sus últimos días en México, mostraría al mundo como súbdito del Imperio Británico sus trabajos en la exposición “Egerton’s Views in Mexico”, una carpeta de litografías con minucia y detalle sus percepciones sobre todo el inventario de paisajes, haciendas, riquezas y costumbres, de una manera en la que podemos entender a través de fieles imágenes.

Al unísono, Alexander Von Humbolt, geógrafo y naturalista ampliamente destacado por sus aportaciones a las ciencias naturales, mostraba al mundo sus ensayos y apuntes sobre una amplia gama de temas que ahondan en la composición material de México, así como, enfatizaban el potencial económico a través de las riquezas del país.

Ambos ejemplos dan un poco de luz para conocer los senderos de México que hasta el día de hoy conforman antecedentes de la identidad nacional. Además de ayudar a la comprensión de nosotros a mismos, y quizás sin haberlo previsto, también despertaron el apetito por nuestro territorio y sus atributos, como nos deja siempre la interrogante sobre qué hubiera pasado si tras su exhaustiva descripción de México, Humboldt no le hubiera expuesto al Presidente Jefferson en 1804 durante su viaje de regreso a Europa, pasando por Washington, DC, sus sorprendentes hallazgos en nuestro territorio e inspirando posteriormente a James Monroe para delimitar las ambiciones de influencia continental, fijando su propia doctrina en 1823 en un discurso presidencial frente al Capitolio.

Los inicios de la Diplomacia Pública

 Llegados los advenimientos de la Segunda Transformación del país, la dinámica sobre los cuestionamientos ya no orbitaba entre la sinuosidad de la concepción de lo que México era, sino en las visiones de lo que México podía llegar a ser. México y los mexicanos se debatían, una vez más, entre la república y la monarquía, alternando poderes y mandatos. Figuras políticas e ideas de renovación bifurcadas que con el paso de los años reflejaron a México como lo que es, una unidad de convergencia de ideas, que ha estado siempre a prueba por su innegable carácter de multiculturalidad, pero que sin embargo, a partir de Juárez consolidó los sentimientos de una nación libre, soberana y republicana.

Listos para presentarnos como una entidad cohesionada y con fortaleza ante el mundo, surgió una de los primeros experimentos de lo que hoy identificamos como “Diplomacia Pública de México”, con nuestra presencia en forma de Pabellón en la Exposición Universal de 1867, celebrada en París Francia. Tras un decreto del emperador Napoleón III, la exposición se preparó en medio de la renovación de París, que marcó la culminación del Segundo Imperio Francés. Entre los visitantes se encontraban el zar Alejandro II de Rusia, un hermano del emperador de Japón, el rey Guillermo y Otto von Bismarck de Prusia, el príncipe Metternich y Franz Josef de Austria, el sultán otomano Abdulaziz y el Jedive de Egipto Ismail.

En esa oportunidad, México presentó el “Palais Omnibis”; un monumento que rendía homenaje a las ruinas de Xochicalco, observatorio en donde se llevó a cabo la primera cumbre internacional de observación de los antiguos pueblos y culturas mesoamericanas en la época prehispánica, en el mismo, había una reproducción de la piedra del sol, el referente de identidad al que llamamos “Calendario Azteca”, así como como un catálogo de especies de flora y fauna endémicas del país.

Otro ejemplo notable de las primeras participaciones de la Diplomacia Pública de México, puede encontrarse en la exposición universal de París en 1889, en el marco del centenario de la Revolución Francesa, en la que por cierto, las monarquías europeas se mostraron renuentes a participar para no corresponder a los principios revolucionarios de las conmemoraciones correspondientes a 1789. En contraste, las naciones americanas fueron invitadas de honor, también motivadas por mostrar sus identidades y el desarrollo alcanzado a partir de sus independencias. En esta exposición fue posible apreciar el reflejo de la imagen de México, plasmada en el Palacio Azteca en esculturas de dioses mexicas del escultor hidrocálido, Jesús Contreras, y que por un momento, compartieron escenario con la Torre Eiffel, cuya inauguración transcurría en esos mismos instantes.

El Pabellón de México en la Feria Universal de París de 1900, se convertiría, quizá, en la mayor oportunidad de nuestro país para posicionar una nueva imagen ante el mundo e insertarse de lleno en los conciertos internacionales del nuevo Siglo en la búsqueda de paridad entre las naciones. Esta feria coincidiría con la inauguración de los segundos Juegos Olímpicos de la modernidad, así como con una Europa poblada de incertidumbre política. En esta exposición, se expuso una gran variedad de productos mexicanos, así como representaciones fotográficas de obras de arquitectura en desarrollo en México. Sin embargo, el principal atractivo residió en el foro neo-azteca en la orilla izquierda del Río Sena. En la fachada de la construcción temporal, se esculpieron relieves de bronce que representaban a distintas deidades mayas y aztecas, así como efigies de Nezahualcóyotl y Cuauhtémoc.

 Identidades de arte y revolución

 Cumplido un centenario del inicio del movimiento de independencia, este mosaico de ideas e intereses volvería a ser reflejado durante la Revolución Mexicana, que abriría el telón de las revoluciones del siglo, con una vocación de amplitud, ya no sólo para reconocer los elementos propios recordados a través de la gastronomía, la música y la pintura, sino también para adoptar ideas provenientes de otros puntos cardinales, que se fortalecieron con la consumación de la Revolución Bolchevique, y con la creación de un nuevo escenario internacional originado por la firma del Tratado de Versalles, al que México por caprichos y arrogancias imperiales, no fue invitado, pero que puso puntos suspensivos a la Primera Guerra Mundial.

Con el comienzo de la Revolución Mexicana inició un periodo de bonanza de la cultura popular, primero en las comunidades rurales y fotografías de identidad, que aunque veces con dejos de caricatura, más allá de costumbrista y del nacionalismo revolucionario, recorrería el mundo en forma de corridos de la revolución, ideales, sombreros, atuendos y epopeyas, dando fuente de inspiración a las películas de la “época de oro del cine mexicano” originando a ídolos como María Félix, Dolores Del Río, Pedro Infante, Jorge Negrete o los hermanos Soler, e inspirando a partir de uno de los mayores exponentes de las causas más nobles “Tierra y Libertad” la película “Viva Zapata” en 1952 con Anthony Queen.

El contexto revolucionario y post-revolucionarios inspiró a una serie de artistas que han acumulado prestigio internacional, entre los que destacan una generación de exponentes plásticos de la talla de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, José Clemente Orozco, Frida Kahlo, Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, entre otros. Adicionalmente, esta etapa también atrajo las miradas de artistas e intelectuales de otras nacionalidades como Robert Capa, Tina Modotti, André Breton, Henri Cartier-Bresson, León Trotsky  y Edward Burra.

El muralismo mexicano, ha sido un afluente de inspiraciones que plasmaron en los muros  los ideales de las causas, el activismo y las revoluciones. Así, el realismo busca expresar el pasado prehispánico con la diferencia y la lucha de clases contemporáneas. Diego Rivera se convirtió en un ícono de este movimiento, paradójicamente, sus obras se exhibieron por tempo limitado en el Rockefeller Center en Nueva York, hasta que fue desmontado por el mensaje comunista en uno de los máximos emblemas del capitalismo y de la corriente arquitectónica del Art Déco, inspirado en la cultura maya, y que busca reflejar el conjunto piramidal de Tikal en Guatemala en forma de rascacielos y vanguardia.

Osvaldo Guyasamin llevó este muralismo mexicano, lo mismo a su natal Quito que al aeropuerto de Barajas en Madrid. Ángel Zarraga, máximo exponente de la pintura Art Déco mexicana, dejaría su huella en murales en distintas iglesias de París, ya que el contexto revolucionario y un México diverso y mismo jacobino, siempre deja lugar para credos y rituales, no es de extrañar que hubiera inspirado lo mismo el realismo socialista soviético, los vestíbulos de algunas secretarías de estado en los EUA o los murales del triunfo de la Revolución Islámica en Irán, como una de las más logradas formas de contar “lo que ya fue, lo que se es y lo que se busca”.

El uso de símbolos con elementos de ideología trabajadora del comienzo de la Revolución quedarán siempre como testigos de un siglo marcado por revoluciones y reivindicaciones sociales, y que aún se encuentran inmortalizadas en el repertorio cultural de la actualidad.

 El nuevo septiembre

 Un centenar más tarde, México sigue siendo un “ombligo de la luna” que atrae y deslumbra por sus tradiciones más arraigadas, por sus símbolos icónicos y creatividad representados en la arquitectura, diseño y paisaje que combina lo clásico y lo moderno sin dificultad, pero también gracias a su modélame de fraternidad y cultura de puente que lo vincula a través de sus actores y elementos de la Diplomacia Pública con el mundo, que integran elementos percibidos con aprecio y nostalgia, y que son reconocidos con gran facilidad en cualquier locación del planisferio, haciendo a México uno de los países más conocidos.

El posicionamiento geopolítico, al que se le suman referentes y potenciales comerciales, económicos, biodiversidad, culturales, turísticos, gastronómicos por citar solo algunos,  lo hacen necesariamente parte de agendas, catálogos, libros, inspiraciones e iniciativas en un mundo que enfrenta una de las mayores crisis de que se tenga memoria producto de la pandemia decretada por la Covid-19.

Ahora, en un escenario en el que los esfuerzos se combinan para generar espacios en los que sea posible reactivar la economía, incrementar la competitividad nacional y crear nuevos marcos de oportunidad y de cooperación, la Diplomacia Pública se convierte en una de las principales herramientas para el país, la cual se fortalece por los elementos mexicanos, de una red institucional conformada por Representaciones de México en el Exterior, con 156 embajadas, consulados y misiones permanentes y sobre todo, por las comunidades de mexicanos en el mundo, que funcionan como agentes diplomáticos naturales de la cultura, valores y tradiciones de México.

La Diplomacia Pública Mexicana busca promover a México como lo que es, un país diverso, multiétnico, lleno de colores y sabores, rico en recursos naturales y culturales, con una posición geopolítica privilegiada buscando un posicionamiento renovado y fortalecido de nuestro país a través de un catálogo interminable.

Por Alfonso Zegbe, Director Ejecutivo de Estrategia y Diplomacia Pública
y Mauricio D. Aceves, Coordinador de Estrategia.
@ALFZEGBE

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