Por Rafael Laveaga Rendón
Jefe de la Sección Consular
Embajada de México en Estados Unidos
@RafaelLaveagaR
La industria del cangrejo existe desde antes de la fundación de Estados Unidos como país. Hoy, además de ser un negocio que genera miles de millones de dólares al año, es considerada pieza clave de la historia, la economía y la gastronomía.
Uno de los enclaves de mayor producción de cangrejo en Estados Unidos es la Bahía de Chesapeake, el estuario más grande del país, que alberga más de 3,700 especies de plantas y animales. A lo largo de 300 kilómetros, se extiende desde el estado de Maryland hasta Virginia, y desemboca en el océano Atlántico.
Allí, lejos de las ciudades y en medio de la naturaleza, se ubican decenas de plantas para procesar la carne de cangrejo. Las manos que deshebran esa carne son manos de mujeres mexicanas, trabajadoras temporales que vienen a Estados Unidos de abril a noviembre portando visa H-2B.
Al conocer esta historia, el titular del Instituto de los Mexicanos en el Exterior (IME), Luis Gutiérrez, se interesó mucho en visitar a nuestras compatriotas. “Está lejos de Washington”, le dije. “No importa, vamos”, respondió sin dudarlo. El 31 de mayo las visitamos, y les llevamos un paquete grande de libros de texto en español y unas cremas para las manos —que por su trabajo pesado se maltratan con frecuencia—, las cuales fueron adquiridas por la comunidad mexicana del área de Washington, D.C.
El dueño de la planta, amablemente, nos mostró las instalaciones y reunió a todas las trabajadoras al final de su jornada, poco después del mediodía, pues comienzan a trabajar desde las 4 de la mañana.
Rubí es de las más jóvenes allí: tiene 25 años de edad y es la segunda vez que viene a este trabajo. Elpidia, en cambio, es de las veteranas: lleva más de 20 años de participar en el programa, trabajando en la misma planta; los dueños la consideran de la familia.
El trabajo es duro: deshebran sin parar cientos de piezas y van colocando la carne de cangrejo en recipientes de plástico, para de ahí embarcarlas directamente a los mercados y restaurantes que compran su producto. Las trabajadoras cobran por peso, no por hora de trabajo. Ese es el “estímulo” para producir más y más rápido, en una industria que no para.
Verificamos las condiciones de trabajo en el lugar, al igual que el estado físico y el ánimo de las trabajadoras. “El patrón nos trata bien”, dijeron. Y así es. Y así debe ser, porque ya bastante difícil resulta la combinación de un trabajo pesado y estar lejos de casa.
Este año, la mayoría de ellas provienen de Hidalgo, San Luis Potosí y Tlaxcala. Aún quedan seis meses por delante, antes de emprender el regreso a México, en noviembre. Mientras tanto, a seguir trabajando duro y a cenar temprano porque, al día siguiente, hay que levantarse, otra vez, de madrugada.
Me quedé con las palabras de la señora Mary, encargada del restaurante donde comimos, en un pueblo cercano. Cuando supo el motivo de la visita de los titulares del IME y de la oficina consular mexicana, nos dijo: “sin las trabajadoras mexicanas, los negocios dedicados al cangrejo simplemente no existirían, pues hace décadas que los americanos no queremos dedicarnos a ese trabajo. Buscamos empleos menos pesados y que no sean de temporada”. Coincido con doña Mary: nuestras compatriotas son, sin duda alguna, grandes heroínas.