Nadie se atreve a aceptarlo, pero en realidad, todos discriminamos constantemente a otras personas, pero no me creas a mí, analiza tu propio comportamiento, tratamos con superioridad al camarero porque creemos que come gracias a nosotros, renegamos de quienes hablan nuestras lenguas maternas (náhuatl, maya, otomí, etcétera), porque creemos que nos mal representan, molestamos a las personas con sobrepeso, a las personas de estatura baja, a las personas con capacidades diferentes, a quien carece de educación académica, a quien tuvo todo fácil en la vida, a quien lleva los ovarios, a quien lleva los testículos, a quien tiene un tono de piel distinto al nuestro, buscamos de manera constante la aceptación de la más guapa, de la más popular, de la más exitosa, del más fuerte.
Y, como sociedad, aprendimos a justificar estos comportamientos de cien y una maneras, es decir que, con el paso de los años, no sólo no aprendimos a corregir nuestras deficiencias de comportamiento, si no, que, por el contrario, urdimos una maraña de pretextos y justificaciones, más apegadas a la psicopatía social, que, al concepto de sociedad, por medio de la cual, el sentimiento de culpabilidad (es decir, la empatía), ha terminado por jugar un papel casi nulo en la mayoría de nosotros.
Hasta aquí, la cosa no es tan compleja realmente, porque la maraña de pretextos ha sido instalada en nuestra cultura de manera tan eficiente, que incluso, tendemos, mayormente, a la discriminación de manera inconsciente, pero, ¿qué sucede cuando la discriminación se vuelve consciente?, ¿cuándo la ejercemos con conocimiento de causa por medio de la no concordancia, del conservadurismo, de la ignorancia, de la intolerancia, o del miedo?, y peor aún, ¿cuándo los factores anteriormente mencionados, trascienden la barrera y los lineamientos sociales, y dan pie a actitudes de odio?
Arie –Praga 2017- harta, a los 16 años de edad, de continuar escondiendo su predilección romántica por otras chicas, no encontró más remedio que alejarse de su familia en Arabia Saudita, dejar atrás el sitio que la vio nacer y crecer y, poner tierra de por medio ante la encrucijada de terminar casada y sometida a una servidumbre sexual no deseada, y a un sinnúmero de vejaciones de toda índole, o lapidada.
Desafortunadamente vivimos en un mundo en el que la discriminación –y cientos de cosas inhumanas más-, tiende a ser normalizada; ya sea porque nos satisface, porque nos entretiene, porque la podemos pagar, porque no sabemos lidiar con aquello que consideramos diferente, porque afecta a otros y no a nosotros mismos o a nuestros seres queridos o, simplemente por falta de empatía; a tal grado que, de los 193 estados miembros de la ONU, 70 continúan criminalizando la actividad sexual consensuada, entre personas del mismo sexo.
En otras palabras, el organismo creador de la división internacional de derechos humanos, ese mismo desde el cual, la declaración universal de los derechos humanos fue concebida, redactada, presumida y celebrada, es el mismo que acoge, sin descaro ni vergüenza, a estos 70 inhumanos.
Enrique –Ciudad de México 2019-, tras seis días de hospitalización por heridas graves, provocadas por un grupo de homófobos a quienes les pareció tener el derecho de agredirle físicamente tras haber dejado a su novio en la puerta de su casa, acudió a las autoridades “competentes” para denunciar el hecho, tras la declaración, el ministerio púbico a cargo, intentó hacerle notar, que la culpa no recaía completamente en sus agresores, pero que aun así, harían lo posible, por dar con los susodichos, hasta el momento (3 años después), nadie ha sido detenido o señalado por autoridad alguna.
Pero, ¿Por qué el día del orgullo?
“blanco y negro”, fuente: Citizens for Justice and Peace
Nueva york 28 de junio, 1969, 1:20 de la madrugada, aun cuando la policía local, ya recibía un nutritivo monto económico por concepto de sobornos, seis policías uniformados y cuatro encubiertos, decidieron irrumpir en el pub Stonewall Inn, uno de los más afamados bares de ambiente del mafioso Tony ‘el gordo’ Lauria, cuando los supuestos y quiméricos guardianes del orden, haciendo gala de su ya conocida brutalidad, tras haber vaciado el lugar, incautado los licores, las cajas registradoras y detenido a algún que otro sublevado, se disponían a emprender la retirada, un retraso por parte de los refuerzos, dio pie a una serie de reclamos que no paraban de agravarse, los agentes, valientes como siempre han sido, se vieron obligados a replegarse hacia el interior del lupanar aquel.
Durante los 45 minutos que duró la espera, la voz sobre los acontecimientos comenzó a correrse por doquier, con la llegada de más policías y más miembros de la comunidad LGBT al lugar, sólo faltaba un chispazo para hacerlo todo arder… “¿Por qué no hacen algo?”… gritó Stormé DeLarverie, en solidaria respuesta, un sinnúmero de individuos, comenzaron a lanzar latas, monedas y botellas hacia las autoridades y, en fin, que al poco tiempo un colectivo de alrededor de 600 personas, se enfrentaba a puños y consignas, en contra de un escuadrón anti disturbios, esta misma situación, se extendió a lo largo de seis noches consecutivas.
Pero ojo, no te confundas, porque el día del orgullo no celebra los hechos ocurridos en los alrededores del Stonewall, más bien, exalta ese sentido de humanidad, de unidad, de verdad y de libertad, que ahí fueron demostrados.
Praga, 2021, mis amigos Paul y Marco, grandes científicos, artistas y cantantes de karaoke mexicanos, decidieron hacerse una fotografía juntos sobre la alfombra multicolor de la marcha del orgullo, durante sus haceres y deshaceres propios de una selfi, un individuo completamente ajeno a ese sentido humano que debería caracterizarnos como especie, se atribuyó el derecho de gritarles “abominación”, sin caer en cuenta que lo verdaderamente abominable del comportamiento humano, son precisamente el odio, la intolerancia, el prejuicio y la ignorancia demostradas, en su infértil e insignificante manifestación.
El día del orgullo de la comunidad LGBTI no pretende homosexualizar a la humanidad, por el contrario, funge como un recordatorio de aquello que, en realidad, está presente en cada milímetro de nuestro planeta, una hermosa, multicolor y creciente diversidad, pero, tristemente, también es un recordatorio de las ruindades que la humanidad es capaz de cometer cuando, cegada por todo aquello cuanto ignora, decide transformar en odio.
Y, a decir verdad, todos los días deberían ser dedicados al orgullo, hasta que no exista un alma más que se atreva a ponerle un dedo encima a sus semejantes, a señalarlos, a ningunearlos, a molestarlos, por el simple hecho de ejercer, su libre derecho de amar.
Feliz día y ¡Vida eterna a la comunidad del arcoíris!
Por Antonio Andrade
Poeta, Periodista y Escritor mexicano, miembro del Diccionario de Escritores Mexicanos del siglo XXI y de la Red Global MX Capítulo Barcelona.
@Talentia_BCN
@antonio_andrade
Zaragoza, verano 2022