“Muy pronto nos dimos cuenta que había una comunidad mexicana muy grande y solidaria”
Hace un mes Rodrigo y yo llegamos a estudiar a Berlín. Se podría decir que cruzamos el charco justo a tiempo: poco antes de que la temperatura comenzara a descender y en el momento indicado para ser testigos de aquel otoño del que hablan los cuentos para niños.
Mudarse nunca es una tarea fácil y cuando se cambia de continente, si bien sirve para deshacerse de una cantidad inimaginable de cachivaches acumulados, también implica comenzar la vida con lo que pudiste empacar en un par de maletas. Pero más que nada, pesa la distancia, incluso antes de abordar el avión o si quiera comprar los boletos.
Lo que más nos preocupaba era en alejarnos de las personas, de la familia y los amigos por supuesto, pero también de una sociedad a la que nos habíamos acostumbrado tanto.
Sin embargo, muy pronto nos dimos cuenta que había una comunidad mexicana muy grande y solidaria, tanto específicamente en Berlín como en toda Alemania en general.
Para empezar, uno de los mejores amigos de Rodrigo llevaba viviendo seis años en Berlín y una gran amiga mía llevaba la mitad de su vida en la capital alemana. Y de pronto, la gente que nos rodeaba en México nos comenzó a decir “yo tengo una amiga en tal ciudad y un sobrino vive en tal otra”, “mi hermana vive en Alemania”, “yo tengo dos amigas en Berlín.” Fue así como desde México entré en contacto con Alejandra gracias a una amiga y colega que, paradójicamente y debido a la pandemia, no la conocía “en persona.”
Antes de decir quién es Alejandra, debo advertir a quien me lea que existen dos temas simple y sencillamente inescapables cuando le cuentas a alguien que quieres vivir en Berlín: el clima y lo difícil que es encontrar un lugar dónde vivir.
En un principio parece exagerado, parece casi un pretexto para entablar una conversación y todo el mundo tiene un consejo para una u otra cosa: comprar una chamarra enorme o una de cuero, llevar muchas capas o encontrar un solo abrigo que te sea suficiente; buscar departamento en redes sociales o en páginas de inmobiliarias, hacerlo desde México meses antes o hasta llegar a Berlín. Más allá de los amigos ofreciendo sus sofás, lo que rara vez alguien te dice –sin afán de estafarte– es “yo tengo un lugar donde te puedes quedar el tiempo que necesites.”
Bueno, pues a Rodrigo y a mí nos sucedió. Primero, una amiga alemana nos cedió su departamento durante dos semanas, algo ya de por sí maravilloso. Pero nuestra suerte fue más allá. Es aquí donde entra Alejandra y es, por supuesto, una muestra de la fortaleza de la red de mexicanos en el exterior. Resulta que, un par de semanas antes de tomar el vuelo a Berlín, Alejandra y yo habíamos comenzado a comunicarnos, nos contamos un poco acerca de nuestras vidas e intereses y, sin más, ella y su familia nos ofrecieron un lugar dónde vivir durante el tiempo que necesitáramos.
Cada vez que cuento esta historia a mis compañeras y compañeros de la universidad, provenientes de todos los rincones del mundo, les parece sorprendente. Suelen narrarme sus propias experiencias con caseros y compañeros de piso desagradables y más de una vez ha salido a relucir una historia de “la vez que me estafaron y perdí más de mil euros.”
Conseguir vivienda en Berlín no es fácil, si es legal, aún menos. Y este segundo punto es todo un tema, porque aquí tienes que registrar el lugar en el que vives ante el ayuntamiento. Sin el registro –Anmeldung en alemán– no puedes hacer prácticamente nada: no puedes trabajar, abrir una cuenta de banco –a menos que recurras a bancos digitales–, tramitar permisos de residencia o si quiera tener un contrato de teléfono celular.
La burocracia es otro tema ineludible en Alemania. Tener que realizar un trámite te quita el sueño, en especial si no hablas un alemán fluido, como es nuestro caso. Así que, si bien habíamos desbloqueado el logro de tener físicamente dónde vivir, a las dos semanas de haber llegado tuvimos la cita para registrar nuestro nuevo domicilio y, una vez más, la ayuda mexicana llegó.
Azucena, mexicana que lleva media vida en Berlín y habla alemán perfectamente, nos acompañó para hacer de traductora. Todo salió tan bien gracias a su ayuda, a la buena disposición del hombre que nos atendió y a que llevábamos todos los documentos apostillados y traducidos, que al final nos despidieron con un amistoso y enfático: “Welcome to Berlin!”.
Y así es como nos hemos sentido en esta ciudad gracias a la solidaridad de la comunidad mexicana: bienvenidos. El idioma, los trámites, el clima y la dificultad para encontrar un lugar dónde vivir han quedado en un segundo plano.
Por Cecilia Burgos
@ceciliabur1