Queridos lectores, ¿El título les da alguna referencia?
Este capítulo de mi vida comenzó en octubre de 2019, cuando el universo harto de pedirle, casi exigirle un cambio radical en mi vida, me escuchó y dijo: “ah sí… esta niña entradita en años quiere un nuevo comienzo, pues concedido” y de pronto… pum, sin decir agua va, en el décimo mes del 2019 me entero que me mandaban hasta la Patagonia chilena, al Hotel Peuma Lodge que recibe alrededor de 200 huéspedes nacionales e internacionales durante la temporada primavera-verano.
Me pregunto, ¿a cuántas personas en el mundo les sucede algo así? Ahora estoy a casi 9,000 Km de Cuernavaca, Morelos, mi ciudad de residencia desde hace diez años.
A mediados del 2019 renuncié a mi trabajo de masajista en el spa del Hotel Villa del Conquistador; después de superar más o menos la depresión ocasionada por aquella decisión, un día por consejo de una amiga llevé mi CV a otro complejo hotelero, y por supuesto, no pasó nada. En apariencia.
Un par de meses más tarde, mi amiga Lucy, se encontró “casualmente” con Magdalena, la mamá de Julia y resultó que Julia es actual gerente del lodge patagónico y estaba desesperada por conseguir una masajista, ya que a quién tenía prevista para el spa del lugar, le canceló y pum, mi amiga y ella platican y voilá, ahora tengo trabajo en Chile.
Avión, autobuses, barco, camión; todos condensados en un viaje de cuatro días, fueron mis medios de transporte para llegar a Futaleufú (Río Grande en mapuche), ubicado en una de las zonas Australes más importantes de Chile.
Al llegar, de inmediato me instalé en un campo enorme a las faldas de un imponente glaciar nombrado Pinilla, en donde hace frío, calor; hay lluvia, neblina, rayos intensos de sol, viento, nieve, arcoíris; o todo junto en un mismo instante, a diario nos obsequia, sólo por el hecho de mirarlo, una espectacular postal.
En esta llanura andina, en donde desciende por arroyos agua auténticamente glaciar, cristalina y gélida; poblada de colinas, laderas; coihues, tepas, lumas, cipreses, arrayanes, lengas; una amplia gama de insectos y flores; aves, liebres, jabalíes, huemules y hasta pumas; en este lugar ya me esperaba un equipo al que me integré, formado por 13 habitantes: cinco mexicanos; un argentino porteño; dos gauchos; más cinco flotantes. Cabe destacar que soy yo, digamos… el vino más añejo.
Partiendo de la primicia que para nosotros, es pleno verano y para el Polo Norte es invierno, desde ahí, el embrujo de la polaridad, de la dualidad se contonea en diversos planos. Juntos somos un foco digno de estudio, cualquier sociólogo, antropólogo, psicólogo o hasta psiquiatra, estaría entusiasmadísimo por analizarnos.
Por un lado estamos las valientes y pacientes, o sea, las mujeres; sólo tres entre diez hombres. Porque no cabe duda, que sea en la Patagonia o en China, las mujeres marcamos tendencia con audacia, claridad y contundente diferencia.
Sólo tres chicas jóvenes, dos veinteañeras (cuernavaquenses), y una treintañera; su servilleta, o sea yo, la más ñera, orgullosamente de Iztapalapa, de la cuna del mero barrio bajo, de los Ángeles Azules, y por supuesto de la representación del Viacrucis en Semana Santa, que ya va para su entrega 177.
Las tres sacamos lo mejor y lo peor de nuestros respectivos clanes para, a marchas forzadas, trabajar con empeño, con empatía femenina, con gracia, con belleza física, pero sobre todo, con grandeza interna y un gran manojo de amor.
El lado B del acetato, diez hombres jóvenes todos, argentinos, mexicanos y un chileno. La mayoría trabaja en el campo, con fuerza, resistencia, ingenio. Trabajo dirigido por los gauchos Maximiliano y Eliseo, oriundos de Esquel, Argentina, ambos son el alma llanera de esta tierra; sea carpintería, herrería, albañilería, plomería, veterinaria, agricultura; ninguna de estas artes los detiene, son incansable mano de obra e inagotable creatividad.
Dany, Carlos y Pablo, son el capital masculino del hotel. Gracias a Dany comprendo por qué la selección de fútbol argentina ha ganado tantos mundiales, sencillo: Argentina sabe trabajar en equipo, punto; algo que a México le falta mucho por aprender, quizá el día que lo logre, se verá reflejado en la conquista de una copa. Este che es una de las personas más facilitadoras que he conocido en mi vida, en él no caben los obstáculos, no lo detienen para ayudar a la causa.
Carlos, el alma de la cocina, y me atrevo a decir que de todo el hotel; un auténtico artista culinario, hace de ordinarios insumos, verdaderas obras de arte que deleitan a los comensales más exigentes, e incitan a los huéspedes a llamarlo al comedor para felicitarlo; y obviamente a nosotros, sus niños, a adorarlo, porque cocina con todo su amor para alimentarnos casi todos los días.
Pablo, nuestro intérprete-traductor, mesero, recepcionista, DJ, fotógrafo, influencer, leñador, removedor de estiércol de caballo; en fin, todo un estuche de cualidades, que combina eficiente actitud de servicio, carisma, harto entusiasmo y sobre todo, juventud.
Pero… no todo es miel sobre hojuelas, el aislamiento es un factor determinante que rige nuestro percibir, sentir, pensar y actuar; la comunidad más cercana saliendo del campo a la izquierda, se encuentra a veintitrés kilómetros y para la derecha la siguiente está a setenta kilómetros.
En este campo fácilmente la percepción del tiempo se disgrega, la confusión o traición de los sentidos da pie a pensamientos distorsionados, que finalmente, y en ocasiones, entorpecen nuestro actuar.
La falta de interacción con familiares, viejos o nuevos amigos, la condición de extranjero, la responsabilidad del trabajo duro; es un cúmulo que ejerce una presión constante, desconocida y se vuelca contra el espíritu más endurecido.
Aquí, la convivencia laboral y la hermandad se manifiestan entremezcladas, bañadas en tormentas de responsabilidades, de fluctuaciones de amor, de enojo, de alegría, de tristeza, de cansancio, de euforia, de furia, de hastío, de añoranza, de soledad, de perplejidad, de reflexión; aquí manda la polaridad, su máxima expresión predomina en el reino de lo inadvertido.
La intensidad galopa desbocada, lo más simple se torna majestuoso, lo básico, se transforma en vital, el berrinche coquetea con la venganza, una pequeña quemadura en la piel se puede infectar, y una herida en el corazón traspasa hasta el alma.
Las lecciones de vida que oímos o leemos por ahí en libros de autoayuda, por ejemplo, “aprovecha las oportunidades, vive en el presente”, aquí, aparecen disfrazadas de una pregunta tan trivial como: ¿quieres ir a dar un paseo en bici?, y al decir sí, a tu regreso te das cuenta que si hubieras respondido lo contrario te habrías privado de un momento extraordinario que nunca más volverá a repetirse.
Esas recomendaciones de piensa positivo, comparte, trabaja en equipo, activa tu pensamiento colectivo, impulsa tu despertar de conciencia, sé tú mismo, aplica el autoconocimiento, valora lo que tienes y aprovecha el esfuerzo, la energía, el tiempo; todas ellas se funden en un campo de acción constante, enlazado y conectado a un sistema, en donde todos participamos. Llueve, tiemble o relampagueé, aquí no hay para dónde correr, para dónde huir o para dónde esconderse. Aquí remamos unidos y sincronizados para que el barco siga a flote.
Además de poner en práctica todo lo anterior, aquí también puedes conocer tus límites y limitaciones, tanto físicas como mentales; tus habilidades y debilidades, porque no hay más nada que la bondad de la naturaleza quien te estrecha en sus ramas y te provee de diversos escenarios cautivadores, carentes de distractores mundanos.
Somos espejo y reflejo uno del otro, nos delata la expresión en el rostro, el tono de voz, los gestos, incluso la mentirilla más inadvertida brota cual agua de manantial. Inocente es pensar siquiera que podemos engañar a un compañero, la conexión es tan brutalmente auténtica que el más mínimo titubeo es registrado y puede ser utilizado en tu perjuicio o en tu beneficio.
Todos los días sin excepción son una aventura, y nosotros los protagonistas de ella. Privilegiados somos de estar aquí, honrados de tener al alcance tanta experiencia, tanta sabiduría, tanta vida. Sin lugar a dudas, la Patagonia nos hechiza.
Por Miriam Enríquez
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