Por Emb. Iván Sierra Medel
Por más de cuatro décadas, la novela “El vampiro de la Colonia Roma” se ha ganado un lugar muy visible en los anales de la literatura urbana. Su personaje central, Adonis García, cuyo nombre evoca la belleza a la par del desparpajo, es quizás uno de los protagonistas memorables en el panorama literario mexicano y un punto de referencia para abordar la larga marcha hacia la afirmación de la comunidad LGBT+ que en la creatividad tiene su faceta más combativa.
El México de 1979, que aporta el contexto para el tour de force del escritor Luis Zapata, era pródigo en aspiraciones de decoro en los espacios públicos y los medios. En televisión, la primera estación con cadena nacional identificaba su señal con las cápsulas “Hermosa República Mexicana…Canal Dos te saluda”.
En la cartelera cinematográfica, destacaba la juiciosa decisión de muchas salas de no proyectar “Fiebre de Sábado por la Noche”, en razón de la escena en la que John Travolta apareció en calzoncillos (o bien decidieron proyectar la cinta habiendo suprimido tan poco decoroso segmento). En el radio, se cuidaba a los castos oídos del respetable de ser vulnerados por las estrofas de la canción que originalmente decía: “Amada mía, adúltera…”, alterando la letra para la versión circulada en el país: “Amada mía, amante”. Pero la vanguardia en corrección sin duda se la llevaban periódicos y revistas, que en diversas entrevistas daban oportunidad al cantante Emanuel de explicar que su nombre artístico no lo había tomado como referencia a la película de tono erótico Emmanuelle, título que entre menos se trajera a la memoria, mejor.
En retrospectiva, el celo por mantener a raya lo que no tiene sitio en los hogares de bien todavía pagaba en 1979, como lo sugiere el dato de que la campeona en la taquilla nacional fue la aventura basada en historietas “Los supersabios”, mientras que el disco más vendido fue probablemente la canción “Amigo”, que un coro infantil dedicó al Papa Juan Pablo II.
En contrapunto a tantos esfuerzos por mantener la estridencia fuera de nuestras vidas, “El vampiro de la Colonia Roma” irrumpió en la escena urbana con una carta ganadora: el carácter eminentemente lúdico que mantiene al lector al borde de la risa página tras página, intrigado por el atrevimiento, el valor y sobre todo la naturalidad con los que Adonis vive su identidad propia y contribuye a la colectiva.
Ya de entrada, la forma de la narración sugiere que está hablando a una grabadora, con los lapsus y vacíos propios de la oralidad acerca de sus correrías que se apropian de la ciudad desde los callejones y rincones en penumbra de la barriada, hasta sus incursiones victoriosas a la Zona Rosa y más allá. El relato adquiere rasgos iconoclastas al apropiarse de espacios como los restaurantes Sanborns y Vips en torno a Paseo de la Reforma, pero no de los comedores, sino de las paredes de los baños, donde hacer agujeros para espiar se revindica casi un derecho.
Uno de los pocos a los que se resiste a renunciar un Adonis capaz de verse a sí mismo en el espejo de las esperanzas que se quedaron cortas o nunca existieron, como destaca en sus propias palabras: “yo creo que a mí no me tocó destino o si me tocó, se perdió en el camino”.
Los recursos para divertir al lector incluso cuando la narración se adentra en meandros escabrosos de droga y prostitución hermanan en buena medida al vampiro de la Colonia Roma con la novela “Dancer from the Dance”, también publicada en 1979, en la que el autor Andrew Holleran traza un óleo del Nueva York que emergió en los años que siguieron a Stonewall, en una travesía cuyos personajes firman cartas imaginarias con el nombre de la socialité Diane von Furstenberg, mientras aluden a Manhattan como “Gotham”, la tenebrosa y opresiva Ciudad Gótica.
Hay obras memorables que a veces vienen en pares. Este bien podría ser el caso del vampiro de la Colonia Roma visto en el espejo de la novela “En jirones”, publicada en 1985 por Luis Zapata. Coincide con el Vampiro en la novedad de la narración, que arranca en forma de diario con la festiva crónica que hace de sus andanzas Sebastián, el protagonista, que identifica a sus conquistas únicamente mediante la inicial de sus nombres. Los pasajes de esta novela bien pueden aventurarse en el hedonismo para inmediatamente dar un giro y presentar al lector con los rigores de las realidades de la vida cotidiana, donde lo sublime se torna ridículo literalmente al volver la página.
Los decibeles de la carcajada en los mejores pasajes del Diario de un enamorado pueden ser incluso más sonoros que los del Vampiro, pero la madurez del autor aflora en la necesidad de hilvanar la grácil popelina de la comedia y la desfachatez con el tejido resistente de la tragedia y el pesar. Los romances del empedernido enamorado no pueden escapar el destino de agrietarse en jirones, ceder a las acometidas del tiempo, disolverse ante las contradicciones de la naturaleza humana.
Con un elemento más, el asomarse más allá de la Ciudad de México y descubrir que solamente el caldo de cultivo de los anonimatos urbanos es capaz de resguardar las identidades. La urbe alberga por igual simulación y autenticidad y sirve como prisión y en la misma medida como hogar último.
A la distancia de tres décadas, el derrumbe que en 1985 se plasma en la novela En jirones de un mundo que fue íntimo y épico apenas antecede el otro derrumbe, el físico, la devastación del terremoto del 19 de septiembre de 1985, cuando de algún modo se cumplió en todas sus letras el veredicto poético de los párrafos de cierre de ese otro gran homenaje a la Colonia Roma, la novela “Las batallas en el desierto” publicada por José Emilio Pacheco al siguiente año de la aparición del Vampiro: “Se acabó esa ciudad. Terminó aquel país. No hay memoria del México de aquellos años. Y a nadie le importa: de ese horror quién puede tener nostalgia”.
Resulta interesante hacer notar que, de manera similar a lo hecho por Luis Zapata, Andrew Holleran, el autor de “Dancer from the Dance” también complementó su novela lúdica con una exploración, publicada en 1996 y ganadora del Stonewall Book Award, sobre la devastación que sucede al apogeo de la juventud.
En “The Beauty of Men”, el protagonista, de modo similar a lo que sucedió con Sebastián en la trama de “En jirones”, sale de la urbe y se encuentra con el desierto no solamente hostil, sino, peor aún, silente y ajeno. En el caso de Holleran, la tragedia tiene siglas, el SIDA, y nombre, La Peste, que borró el mundo festivo de las correrías veraniegas en Fire Island y se llevó amantes, amigos, vecinos, extraños hermanados en un luto que se negaron a creer que les pertenecía.
Al paso del tiempo, la hilaridad y la melancolía se vuelven extraños compañeros de cama. No obstante, la profundidad de los episodios tristes que abordan las memorables novelas de la diversidad, al lector de hoy le siguen hablando intensamente de celebración, quizás porque personajes como Adonis se dan el lujo de percatarse de su propia felicidad y poner esta verdad en toda su sencillez y contundencia: “me di cuenta de que ps no sé de qué sí la estaba haciendo ¿no? de que sí la estoy haciendo de que en realidad hago lo que quiero y cuando quiero y eso ps yo creo que eso es la felicidad ¿no?”.
Red social
@EmbIvan