POR ROMINA HERNÁNDEZ GÓMEZ
Estudié relaciones internacionales y políticas públicas, soy organizadora comunitaria y recientemente terminé un certificado como terapeuta holística humanista, pero también soy muchas otras cosas más que forman parte de mi identidad.
Ser mujer y ser migrante es una de las experiencias más enriquecedoras y transformadoras que me ha tocado vivir. He tenido que re-inventarme más de una vez. Conozco las adversidades, pero también la valentía, la resiliencia y la fuerza que existen dentro de mí y dentro de cada mujer migrante que por la razón que sea, tomó la decisión de dejar su lugar de origen.
Además de ser mujer migrante, también soy feminista, soy de clase media trabajadora, soy mestiza.
Nací en la Ciudad de México, pero vivo desde hace más de 20 años en Montreal, Canadá. Migrar ha sido un proceso complejo, pero hoy puedo decir con orgullo y seguridad que me siento cómoda en las dos ciudades. Soy muy afortunada de poder contar mi historia de migración desde un lugar de menos vulnerabilidad (mi migración fue voluntaria y regulada), pero en mi camino he conocido a cientos de mujeres migrantes con historias muy diferentes a la mía; pues las desigualdades históricas y estructurales nos siguen a donde quiera que vamos.
No todas las mujeres migrantes que vivimos fuera de México somos “Ex’pats”, estudiantes internacionales o contamos con visas de trabajo o documentos de residencia al país al que llegamos y eso perpetúa las desigualdades.
Todas las violencias de género desde las históricas y estructurales hasta las más íntimas como la violencia sexual o conyugal nos siguen a donde quiera que vamos, ellas también migran con nosotras y eso nos vuelve más desprotegidas, vulnerables.
No todas las mujeres migrantes gozamos de las protecciones con las que deberíamos contar todos los seres humanos. Recuerdo, por ejemplo, a todas esas mujeres que habiendo sufrido daños físicos, sexuales o psicológicos repiten el ciclo de violencia aun en el país destino y las recuerdo con mucho cariño.
Pienso también en todas las mujeres migrantes sin documentos (mexicanas y de otras nacionalidades) sobrevivientes de violencia doméstica, o en todas aquellas que a menudo carecen de acceso a un trabajo decente y a protección social y que justo por eso aceptan condiciones de trabajo deplorables lo que exacerba el riesgo de abuso y explotación.
Recuerdo también como muchas de esas mujeres tienen miedo de denunciar que sufren casos de violencia por miedo a perder sus empleos, a sus parejas o a que las deporten…
Por eso, organismos como el Instituto de Mexicanos en el Exterior (IME) juegan un papel importantísimo en la difusión, prevención, y en la detección de violencias de género, porque, está al pendiente de todas y cada una de las personas que vivimos fuera del país, sin importar nuestro estatus migratorio o nuestra condición social en el nuevo país de residencia.
También sé por experiencia que las mujeres migrantes que vivimos fuera solemos crear y formar redes de apoyo solidarias entre nosotras, a través de las redes sociales o de grupos de afinidad, pero también sé que necesitamos apoyo y protección de nuestras instituciones.
Necesitamos reglamentos y políticas que nos protejan a TODAS. Necesitamos que el personal de las embajadas y consulados estén preparados y capacitados (en todos los niveles) para detectar y atender de manera conjunta los casos de violencia de género. Necesitamos brindar servicios adaptados para todas, y que éstos servicios estén adaptados cultural, lingüísticamente y con cero tolerancias a la discriminación. Necesitamos políticas y reglamentos transversales centrados en las mujeres migrantes más vulnerables.
Estoy convencida que podemos crear herramientas que nos den mayor capacidad de defensa individual y colectiva y que nos protejan de las violencias estructurales e históricas, pero también de las más íntimas: de las relacionales y personales; y que solo así disminuiremos la desigualdad estructural y socio jurídica que existe entre nosotras.
Seremos más fuertes y contaremos con más bienestar, salud y seguridad que se verán reflejadas en resultados educativos, en productividad y en el desarrollo integral de todas y cada una de nosotras, las mujeres migrantes que vivimos en el extranjero.
Esa ha sido mi lucha, en conjunto con otras mujeres y hombres y es la lucha hoy de todas las mujeres migrantes.