Territorio y patronazgo mariano en la construcción de la nación

Territorio y patronazgo mariano en la construcción de la nación

Por: Dra. María Magdalena Vences Vidal Investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM

 @CIALCUNAM

¡Eh aquí que María llega! es la expresión por antonomasia que desde finales del siglo XV identifica la presencia de la Virgen María a este lado del Atlántico, por medio de sus configuraciones plásticas y nombres de prestigiadas advocaciones marianas europeas y americanas. Perdurando en las subsecuentes transformaciones de los procesos de construcción de las naciones latinoamericanas. Tema éste de gran lente que carece de un estudio histórico profundo que abarque la región, particularmente, en el arco temporal de la segunda mitad del siglo XIX al presente. Ciertamente, hay estudios particulares en contados países.

Para empezar, comparto unos ejes vitales consolidados en una serie de valiosos estudios. Las advocaciones marianas, en calidad de protectoras, banderas de poder político y de fe, fueron el soplo en la expansión marítima, en las incursiones y conquista militar. Individuos y agrupaciones rectoras de la administración pública y religión, auspiciaron su culto al elegirlas en titular o patrona en asentamientos de población y demarcaciones creadas en esa primera etapa de Europa en América. Por ejemplo, Santa María la Antigua en el Darién (Panamá).

Esta transmisión y argumento de dominio territorial tiene un antiguo precedente basado en un sistema occidental europeo que inició en el siglo II, cuando la Virgen María fue reconocida como Madre de Jesucristo e intercesora de los hombres ante él. Binomio sin igual que está representado explícita e implícitamente en el universo mariano de iconografía o configuración de lenguaje visual -que se observa en la exposición montada en el Museo de Arte Popular- con el revestimiento de lo que esa pareja divina es y significa para los católicos, marianos o guadalupanos a secas.

En el trayecto de expansión del cristianismo, la puesta en práctica de un sistema de interdependencias de conjuntos políticos, económicos, religiosos y culturales que se tejieron en torno de Madre e hijo rindió frutos a favor de la unidad de reinos e imperios, al mismo tiempo que generó una frontera excluyente de gentiles.

Es así como hemos identificado metafóricamente a la Virgen María en un cuerpo-territorio sagrado, unidad que implica un cerco de exclusión, tal como la señalan las demarcaciones trazadas bajo su amparo. Ella es la convocante que cohesiona a los individuos, corporaciones sociales, cuerpos de mando eclesiásticos y civiles, que se identifican y coexisten en torno de ella por medio de lazos establecidos en el largo tiempo – desde la última década del siglo XV–. Este legado se mantiene tal como este esfuerzo conjunto que nos convoca para rememorar este canal de configuración de identidades y alteridades latinoamericanas.

Las autoridades se hincaron a las plantas de la imagen sagrada en devociones y advocaciones consagradas, representativas de un lugar geográfico y le ofrendaron prendas materiales como armas e insignias triunfales utilizadas en la conquista, extensión y defensa de la fe de su compromiso y gratitud.

En la construcción social de pertenencia e identificación del hombre con un lugar y una imagen sagrada, o varias, también hay que considerar la integración de los devotos de todas procedencias: castellanos, napolitanos (españoles), naturales de la tierra (flamencos, toscanos, borgoñones, indígenas), africanos (esclavos y libres), conversos, mestizos, mulatos y una creciente mezcla de sangre de la que muchos somos herederos.

Junto con la toma de conciencia de ser y pertenecer, los administradores y trabajadores de la tierra fueron partícipes de los relatos mariofánicos y fundacionales en el horizonte de espacios delimitados y en el largo tiempo convergente de alteridad; así establecieron e instruyeron la relación con lo divino.

En este terreno, no son pocos los casos que desde los focos locales donde germinaron las nuevas advocaciones marianas en el Caribe y América Latina, se trasladaron a las capitales de gobierno (virreinal, audiencia, diocesano) para consolidar un sitio de veneración y de dominio público, éste que sin la aceptación de los cuerpos de gobierno y el pueblo no podían ser realidad.

A través del largo proceso de construcción de identidad de la población y sus gobernantes con una imagen mariana vinculada a una demarcación territorial, se denota el sentido de apropiación y, se la llama Nuestra Señora, que involucra la afirmación de dogmas en torno a las virtudes de la Maternidad Divina y que son alabadas en sus festividades como Candelaria, Rosario, Concepción.

Sobre todo, su asociación con el lugar de origen de sus manifestaciones sobrenaturales mediante la incorporación del topónimo que prevalece prestigiosamente en nombre de toda una nación: Rosario de Guatemala, Candelaria de Copacabana Bolivia, Rosario de Cocharcas Perú, Concepción Aparecida Brasil, Ángeles de Cartago.

Fuentes documentales y visuales del siglo XVI, sobre tal o cual advocación, denotan la incorporación de signos o atributos que con se gestaron en la extensión hispánica tanto en el Caribe y como en el continente americano. A las imágenes escultóricas, pictóricas y en estampas provenientes de Europa se integraron las manufacturadas por artífices del lugar hechas con materiales y técnicas de la tierra: pigmentos, soportes de fibra vegetal de ixtle o maguey (ayate), algodón, fibra de maguey, piedra oscura, terracota y madera de sus bosques.

Muchas otras que llegaron en soporte de madera, más tarde de armazón mixto con la finalidad de manipularlas y revestirlas con comodidad, decoro y a la moda para las distintas festividades. Todas ellas imbuidas de modelos legendarios y retóricos acerca de su origen celestial (acheiropoietas o non manufactas), renovadas por sí mismas, elección del lugar de culto, señas para su hallazgo, entre otras manifestaciones divinas.

Asociadas a lo sobrenatural, se propagaron los beneficios y milagros prodigados a sus devotos en principio de una población y extensión de sus poderes a otras partes por medio de copias o réplicas plásticas y escritos. En su devenir, no menor peso tiene su consideración de culto sustituto de creencias como tampoco lo ha sido su amalgama con la subyacente cosmovisión de prosapia mesoamericana, andina o africana.

Más a profundidad, el objetivo fue que esas imágenes difundidas como prodigiosas fueran reconocidas en los ámbitos de poder central, acción sostenida en el ejercicio de una religiosidad pública que imploraba misericordia divina ante los embates de la naturaleza y la salud del cuerpo generando, además, circuitos de comunicación comerciales y económicos, al mismo tiempo que fronteras devocionales también trasponiéndolas dada la dispersión de su fama milagrosa, en ambos lados del océano Atlántico y Pacífico.

Por otra parte, no debe extrañar que en la actualidad algunas patronas reconocidas en un país no son aquellas que remontan su génesis al siglo XVI o a la primera mitad del siglo XVII, sino que son más tardías, pues, son el resultado de sistemas de interrelación basados en negociaciones de los centros y cuerpos depositarios y emergentes de poder, pero en las que tampoco escapa la afirmación del milagro.

Tal es, el caso boliviano a favor de la inclusión en el contexto de la integración nacional en el siglo XX, a través de una imagen aparecida en Urkupiña (Cochabamba, 1700), desplazando el lugar que sucesivos patrocinadores y receptores devotos de la Virgen de la Candelaria de Copacabana o Nuestra Señora del Lago, le habían asegurado a esa imagen manufacturada por Francisco Tito Yupanki, en fibra de maguey, en el último tercio del siglo XVI y que, además homogenizaba a fieles del virreinato de Perú y del Río de la Plata.

Así, a su calidad de titular y abogada de la humanidad, se le ha añadido el de patrona asociada a las armas y acciones emancipadoras, sea ésta sobre una demarcación política-eclesiástica existente, tierra o patria, asimismo en la nueva configuración de nación independiente y republicana.

En calidad de espejo de lo propio, se reunieron en este recinto museístico representantes históricas de la región latinoamericana, las que están provistas de la acumulación de signos de su conquista social a lo largo de los procesos políticos que permean o se infiltran en sus historias, afirmación de leyendas prodigiosas y amparo permanente. Ellas forman parte de un vasto número de títulos marianos vinculados a poblaciones, las que también fueron convocadas para obtener favores individuales y colectivos.

La identificación espacio-temporal como madre de los indios Tonantzin y Mamanchic, madre de la nación criolla indiana, patrona de la ciudad y de todo el Reino –protocolizado por el Ayuntamiento e Iglesia– lo fue también en escudo de armas de una ciudad y en bandera de una tierra y patria, partiendo de la conciencia criolla de los siglos XVII y XVIII.

El caudal político y secular del manejo de la imagen mariana fue aumentado por los insurgentes, próceres de las independencias, a quienes subvencionó sus lides con el tesoro acopiado por su pueblo devoto. En los periodos emancipatorios, declaradas patronas, las advocaciones marianas propias de la tierra fueron también reconocidas por protectoras y generalas de sus ejércitos para llegar a la victoria, erigiéndolas así en rango de madre libertadora.

En esta etapa fue determinante la participación de clérigos proindependentistas además de la profesión de fe católica de muchos de los participantes, asegurando con ello su calidad de piedra angular espiritual en una nueva etapa de instauración de gobierno.

La secuela instructiva del lugar jerárquico y representativo territorial otorgado por el hombre en sociedad tuvo lugar con la demostración de los líderes: el libertador Simón Bolívar, ante la Virgen de Chiquinquirá, el general San Martín se amparó en la batalla de Tucumán bajo la Virgen del Carmen y el general Manuel Belgrano -padre de las provincias unidas del Río de la Plata– ante la Virgen de las Mercedes. Los dos últimos, también mostraron rendido agradecimiento a la Virgen de Luján, a quien ofrendaron banderas y espadas ganadas a los realistas. En suma, acciones humanas integracionistas.

A la del Carmen de Maipú, Chile, en 1817 se la identificó como “patrona del ejército de los andes” y Bernardo O´Higgins la proclamó “Protectora y generalísima de las armas de Chile”. No menos hicieron los patriotas de Quito ante la Virgen de las Mercedes y los de Perú ante la Purísima Concepción. La Virgen del Rosario en Guatemala fue nombrada patrona de la nación en 1821, la de Cartago Costa Rica patrona en 1824 y las Mercedes patrona en República Dominica en 1844.

A partir de 1836 llegaría la reinstauración del enlace entre la Iglesia y las nacientes repúblicas, así como el restablecimiento de relaciones con la Santa sede en un largo camino articulado por los pontífices a cargo entre el siglo XIX y XX.

En la segunda mitad del siglo XIX, a Pío IX (1846-1878) correspondió el proceso de romanización que desembocó en el siglo XX en la confirmación de las naciones católicas que no profesaban exclusivamente la fe católica.

Baluarte de identificación altamente significativo para el pueblo, son sus vírgenes -como se dice comúnmente-, aunque mejor dicho advocaciones de María, toponímicas, aclamadas en calidad de Reina de los Ángeles a la usanza de la antigüedad cuando se realzó su dignidad de Madre celestial y de reinos. En el contexto republicano, soberana de una nación.

A su original y réplicas se les incorporó corona regia y en el mejor de los casos, imperial y el cetro o emblema potestativo. Además, fueron revestidas de insignias o atributos que exhiben la cohesión y protagonismos de distintos departamentos o provincias bajo su manto protector, colores patrios: medallas, bandas o listones, banderas, signos del poder estatal entreverados con los correspondientes a su título y representación dogmática, luciendo religiosa y políticamente en sus altares.

Entre la modernidad decimonónica a los umbrales del presente siglo, a la Virgen María se le ha renovado su conceptualización de reina a nivel pontificio a través de su coronación -que comprende todo un pronunciamiento socio-religioso, reunión de fondos económicos y exhibición cultural de la época-. Se integra, a veces en fechas diferenciadas, su proclamación como patrona de repúblicas y de armas, mediante la advocación de prestigio, elegida según el auspicio y el peso de sectores sociales. Acto solemne en el que no sólo se afirma su estado de veneración, sino que es la fuente de su memoria y vigencia en el largo tiempo.

Así, la de Luján fue coronada en 1887; Guadalupe de México en 1895, más su proclamación como patrona de América Latina en 1910 (Pío X); Aparecida en calidad de Reina patrona de Brasil, coronada en 1904. La Caridad del Cobre, 1916 cuando Benedicto XV la declaró patrona de Cuba; en Colombia la de Chiquinquirá coronada en 1919; en Perú la Virgen de la Merced, declarada patrona de armas y coronada en 1921 por Benedicto XV y nuevamente coronada en 1985 por Juan Pablo II; 1921, en El Salvador se coronó a Nuestra señora de la Paz y se le erigió por patrona en 1966 (Pablo VI) ¿A qué se debe que algunas hayan sido objeto de dos coronaciones? 

A Pío XI, entre 1922 y 1939, se debieron varias declaraciones: El Carmen de Maipú Chile en patrona de la Nación 1923 y coronada en 1926; en Bolivia la de Copacabana fue declarada Reina y patrona (1925); la Virgen de Suyapa, Honduras en 1925 y capitana fuerzas armadas en 1969; la Virgen de Cartago Costa Rica coronada en 1926.

Incluso en República Dominicana afloró a principios del siglo XX una añeja competencia entre dos importantes núcleos devocionales de su pasado colonial, representativos de distintos tipos de población en la cabeza de gobierno y en el extremo oriental de la isla: la patrona nuestra Señora de las Mercedes en Ciudad de Santo Domingo y la de Altagracia en Higüey. Enaltecidas en calidad de símbolo triunfal de la armada española frente a los franceses. Cuando esta última gestionó su coronación canónica en 1922, se llevó a cabo en un sitio emblemático para el Estado y acompañada de la demostración ritual de autoridades eclesiásticas. En procesión solemne fue llevada su imagen pictórica a la “Cuna de la Independencia Nacional”, el baluarte 27 de febrero. Acto seguido, “los prelados presentes depusieron sus mitras y sus báculos ante la Santísima Virgen” con lo que concluyeron las ceremonias. Fue nuevamente coronada en 1979 por Juan Pablo II. Todavía, en 1930, la Inmaculada Concepción de Luján fue declarada patrona de Argentina, Paraguay y Uruguay.

Con Pío XII, la de El Quinche fue coronada canónicamente y nombrada Reina y soberana de la Patria en 1943. Al año siguiente el mismo Papa declaró a la Virgen de Coromoto, celeste y principal patrona de la república de Venezuela, tiempo después su coronación solemne en 1985. No hay que olvidar la pujanza que tuvo la advocación de la morena, Virgen de Chiquinquirá de Maracaibo.

Otras solventaron el reto hasta la segunda mitad del siglo XX. Uruguay con la Virgen de los 33, coronada en 1961 y al año siguiente patrona por Juan XXIII. Virgen de la Divina Providencia, patrona principal de Puerto Rico, en 1969. La candelaria de Chapi en el extremo sur de Perú, coronada en 1988 ¿Qué sucedió con el patronazgo de nuestra Señora de Cocharcas?

La paraguaya Virgen de Caacupé patrona en 1988 (Juan Pablo II). La virgen de la Antigua patrona de Panamá en 2000 (Juan Pablo II) y Nuestra Señora Inmaculada Concepción de El Viejo, patrona nacional de Nicaragua en 2001 (Juan Pablo II). Repúblicas latinoamericanas a las que se integran Belice y Haití con la profesión a la Virgen de Guadalupe y la Virgen del Perpetuo Socorro, respectivamente.

Sin lugar a duda, hace falta una revisión documentada que desvele las intencionalidades desde la Santa Sede, la Iglesia latinoamericana y su inserción social en el ámbito de la política de los gobiernos sobre el manejo político de la imagen sagrada y la recepción de otras consagraciones eclesiásticas.

Este evento da cabida a la remembranza de los vínculos que los sujetos y cuerpos sociales académicos, públicos y eclesiásticos han construido en su historia nacional con la Virgen María tal como hace dos meses se llevó a cabo una actividad histórica-cultural solemne de reciprocidad en la sede arquidiocesana metropolitana de México, mediante un sensible acercamiento a la música que compositores le han brindado a la Virgen María y a su Hijo. La rememoración de la importancia del canto y la música en la liturgia, simbólicamente se asoció con la disposición de las banderas-imágenes en el corredor que comunica el altar mayor con el coro. La presencia del cuerpo diplomático que representaba a sus países de procedencia fue a su vez representado por su patrona espiritual, oficial.

El vínculo de unión es la afirmación de pertenencia mutua en una República, construcción que tiene su raíz en nuestro pasado y que otras colectividades en el ejercicio del poder han concertado en los dos últimos siglos a través de ceremonias de reconocimiento al encumbrarlas dada su antigüedad, fama, pertenencia a la tierra y pueblos latinoamericanos.

Muestra de ellos es esta magna exposición en la que se podrán observar sus colores e iconografía que realzan la serie de identificaciones que el hombre, en posiciones rectoras de la política y la religión, les ha otorgado histórica y culturalmente en la América Latina.